Rosario y la región
Un club de barrio de Rosario brinda comida caliente a más de 100 personas cada semana
En la zona sur de Rosario, un club barrial demuestra que el compromiso con la comunidad va mucho más allá del deporte.
Desde hace más de un año, cada jueves, tres vecinos organizan una olla popular con la que alimentan a unas 130 personas. Sin techo, sin ayuda estatal y con recursos propios, cocinan al aire libre para brindar un plato de comida caliente que, en palabras de Cristian, uno de los organizadores, “marca la diferencia entre irse a dormir con algo en la panza o con nada”.
La historia comenzó con una simple merienda para los chicos que asistían a entrenar fútbol. “Arrancamos haciendo fútbol. Pero los chicos venían con hambre, y con lo poco que teníamos les hacíamos una hamburguesa o un pancho. A veces ni eso podíamos darles”, cuenta Cristian. Frente a esa realidad, sumaron colaboradores y empezaron a servir la merienda tres veces por semana. Luego, en plena pandemia, comenzaron con las cenas de los jueves. Hoy, reparten alrededor de 130 raciones, no solo a chicos, sino también a familias enteras del barrio.
Sin instalaciones adecuadas, preparan los alimentos al aire libre, bajo cualquier clima. “Sería lo ideal tener un techo, un lugar habituado para esto. Pero el club está deteriorado y por temas gubernamentales no podemos usar sus instalaciones”, explica Cristian. “A 100 metros hay una vecinal, pero tampoco tenemos acceso. Así cocinamos en la calle, con un remo como cuchara para revolver la olla”, describe.
El trabajo solidario creció de manera orgánica, gracias a la voluntad de vecinos y padres que se sumaron a colaborar. “Los cocineros fijos somos tres, pero se arrima mucha gente a ayudar a repartir o preparar las cosas. En organización no estamos mal, pero lo que siempre falta es lo fresco: verdura, carne, pollo”, detalla.
Recientemente, comenzaron a difundir un alias para recibir donaciones, y una verdulería cercana colabora de manera constante. Sin embargo, aún no logran cubrir todas las necesidades. “Nosotros laburamos, no nos sobra nada, pero hacemos esto porque sabemos que hace falta. Y con el frío, el plato caliente es más importante que nunca”, señala Cristian.
Mientras tanto, siguen resistiendo “Ya pasamos dos inviernos cocinando a la intemperie. Cada jueves se suma una familia más. Es duro, pero no vamos a dejar de hacerlo”. Su anhelo, simple pero urgente, es conseguir un espacio cerrado donde continuar su labor sin exponerse a las inclemencias del tiempo y con condiciones mínimas de higiene.
“Lo que más queremos es un lugar digno para los chicos y para todas las familias que vienen. Porque el hambre no espera, y tampoco debería ser a cielo abierto”, cierra Cristian.